Belleza Oculta en Marruecos

Octubre 2017 visito a mi amiga en Marruecos, natural de allí. Nosotras teníamos unos planes y el destino añadió otros. A los pocos días de llegar, sin saber la causa de su malestar, le ingresan en el hospital público de Beni Melal. Estos días me detuvieron a observar la belleza oculta del momento que atravesábamos. Tengo pocas fotos en mi cámara pero las que aquí quiero recordar son las que saqué con el corazón.

Quiero recordar siempre…

El encuentro con su familia a la salida del aeropuerto quienes me esperaban con tanto cariño. Vienen de recorrer dos horas de viaje en coche desde sus casas. El lenguaje no era una barrera porque las sonrisas traducen idiomas.

Mi primer desayuno auténtico marroquí. Desayunamos en un bar escondido del turismo acogidos con mucho pan, aceite, miel, quesitos, café y/o té. Olvídate del azúcar moreno, la sacarina y demás personalizaciones.

El momento de comer todos juntos alrededor del tajín, sin cubiertos, sólo el pan (jobz) y la mano (hamsa). A mi me gusta la comida especiada, así que todo está delicioso. Para terminar, una grandísima fuente de fruta. ¡Dios mío! Comen por dos o por tres y después comen dos o tres piezas de fruta más.

La tienda de materiales de construcción de su hermano, cuando entendí un ritmo de vida diferente. Un pasaje repleto de tiendas pequeñitas donde cada dueño espera al cliente; contemplativo o de conversación con los otros vecinos tenderos.

El sabor dulce. De los pasteles. De los zumos.

El sabor moruno. El comino.

La primera noche en casa de su hermana antes de irnos a dormir, sentadas en la puerta de la calle hablando con las vecinas. Cotilleos y risas. No entendía nada pero me sentía como en el pueblo de mi madre.

Los saludos. En el top de los recuerdos. Se dan la mano, un beso en una mejilla y el resto en la otra; sean dos, tres o incluso cuatro en la misma. Otro saludo era dar la mano y besarte la misma mano con la que has saludado, y mi favorito: dar la mano y acto seguido llevártela al corazón.

Dormir en aquellos sofás que abrazan los enormes salones y los baños con un barreño lleno de agua y un cazo. (Obviamente hay duchas pero me gusta seguir sus costumbres)

El día de la mezquita en Casablanca. Ahora también pagan los árabes. La hermana de mi amiga se niega. Vamos a los baños a asearnos y encuentra una puerta por la que nos colamos y me echa cientos de fotos. Era tremenda. Me reía muchísimo con ella y no hablábamos el mismo idioma. Este fue el día que ingresaron a mi amiga, lejos de nuestra casa. Mientras, su hermana y su hijo me cuidan para disfrutar el viaje lo que pueda.

La fortaleza de mi amiga. Sin médicos todo el fin de semana. Sin poder pronunciar una palabra. Jamás vi correr una lágrima por sus mejillas.

El gatito que se coló en la bulliciosa zona de urgencias del hospital público. Somos muy afortunados por lo que aquí tenemos.

Las tortillas francesas de aquella cafetería, cerca del hospital, que todas las mañanas tras dar los buenos días a mi amiga, me llevaba su hermana. El hijo pequeñín del dueño nos servía el desayuno. Era cafetería y tienda. Hasta el último rincón al que no se llega ni de puntillas, estaba organizado perfecta y cuadriculadamente.

Llega el lunes y no dejan pasar a los familiares visitar a los pacientes. Todos estamos en el hall. Las mujeres se descalzan y colocan sus sandalias para no sentarse en el suelo directamente. Recogen sus vestidos y los pinzan con las corvas de sus rodillas antes de ponerse de cuclillas. Unas llevan pañuelo; otras no. Las que lo llevan tienen su propio estilo: más clásico, más moderno, más alternativo… El momento que abren las puertas salimos todos despavoridos. Escucho ese grito árabe que hacen con la lengua las mujeres árabes: ulular o zaghareet.

El fular que me regaló su hermana. Abierto me llegaba casi hasta las rodillas. Bajo la cama había un pequeño barreño por sí se ponía malita mi amiga; antes de agacharme a por él, dejé el fular apoyado en la cama. Cuando me giro lo había cogido la hermana, lo sacude al aire y entre cama y cama de paciente lo deja descansando en el suelo; se descalza y comienza a rezar sobre él. Fue muy chocante y gracioso (desde el respeto a su cultura). Cuando terminó pensé que iba a recogerlo; acto seguido se descalza su tío y comienza su oración también, sobre mi fular.

Las visitas al hospital todos los días desde las 8 de la mañana hasta las 10 de la noche. Muchísimos familiares allí con ella. Algunos llevaban tiempo sin verse o ni se conocían; por eso, y porque tengo rasgos similares, me saludaban como una más (yo contestaba «Bikhair, Alhamdulillah»). Sentados en cuclillas o de pie por el perímetro de la habitación. Sentados en las camas de los otros dos pacientes. El sentido del humor también está con nosotros. Los familiares llevan comida a sus parientes ingresados y un poquito más para ofrecer a los otros con quienes compartimos habitación. Usamos los mismos tazones que lavábamos sólo con agua en aquellos anti higiénicos baños.

Las conversaciones con una de sus primas. Hablamos de horóscopos, de viejos amores, de la belleza interior de las mujeres, de la femineidad, de la danza del vientre, hablamos de Jane Austen… y sorprendentemente era Ingeniera. Sensibilidad e Ingeniería. Compartimos muchos secretos y muchos gustos, excepto el del olor a lluvia, que ella lo detesta. Hablamos de los momentos más románticos que se puede vivir en el amor. Y me expresó su desconcierto sobre que en Europa las parejas tengan una conversación para decidir tener un bebé y encontrar el mejor momento para ello, cuando es algo que viene con naturalidad. Aunque yo no he vivido este momento, nunca había caído en lo mucho que programamos algo tan humano y terrenal. Como lo curioso que me resultó que algunas mujeres árabes se apresuran a tener un bebé porque aseguran la compañía de su marido para siempre, sean ellos felices o no en tal matrimonio. Un hijo sella su compromiso.

Una noche, en lugar de regresar a la casa de la madre donde íbamos a cenar tras visitar a mi amiga, me desvío con su hermana que llama la puerta de la vecina de al lado. No sé si estaba planificado, pero la mujer nos preparó enseguida algo para cenar, y como no, una gran fuente de fruta. Al rato llaman a la puerta. Una de las primas. Se une. Después el hijo de la hermana. Después otro hermano. Y allí todos cenando en la casa de la vecina. Cerramos la noche con un té ya en la casa de la madre de mi amiga.

La malla de los limones (u otros alimentos) para fregar los platos. En todas las casas que estuve comiendo, y fueron varias, usaban como estropajo esas mallas donde vienen los limones. Las mantienen en remojo en una botella cortada o similar, con agua y jabón.

La llamada a la oración a las 5 de la mañana.

La generosidad de la hermana de mi amiga. Tanto conmigo como con los demás. Un día un señor ciego en una plaza se iba hacia una esquina que le llevaba a ningún lugar. Ella fue en su ayuda para encaminarle nuevamente. Otro día de camino al hospital, una mujer mayor esperando en una acera y que no hacia muestras de hacer autostop, paró a preguntarle si iba a algún lugar; la recogimos y la llevamos a su destino.

Mashi Muskil. No problem.

La madre de mi amiga. Un día aparcamos más retirado del hospital. Su madre se detiene con los arbustos, a oler sus flores, a buscar sus frutos… y a buscar en el suelo un trozo de papel para poder guardar algunas semillas y plantarlas más tarde en su casa. Recuerdo también la melodía de su antiguo teléfono móvil que siempre guardaba en un delantal, escondido bajo el vestido que llevase.

Fin del viaje en las Cascadas de Ouzoud, con la compañía de su hermano y de su tío con su hijo, quienes quieren compensarme estos días de hospital con el recuerdo de ese precioso lugar antes de llevarme al aeropuerto y las interesantes conversaciones en la carretera.

Os dejo algunas de las pocas fotos que tengo
En casa de la madre mi amiga. Y el tajín.
Vistas desde la casa de mi amiga.
Más vistas desde su casa.
Azulejos del suelo de su terraza.
Les hacía ilusión verme con la chilaba. A mí creo que más aún, jajaja.
Vaya siestas nos echábamos en estos sofás. Comodísimos (parece irónico porque se ven muy rígidos, pero para nada).
El día que os contaba que nos colamos su hermana y yo a una zona de la Mezquita.
El fular que me regaló su hermana, aquel que os conté que después se pusieron todos a rezar sobre él. Cataratas de Ouzoud.
A todos: Eternamente Shukran, especialmente a mi amiga, que ya está mejor Alhamdulillah.
Te Quiero habibi.

8 comentarios

  1. Mezcla de sensaciones, de colores, de ritmos, de pensamientos y de contrastes. He hecho un viaje fugaz en el tiempo y en el espacio acompañándoos en el hospital, en la mezquita y en las calles.

    Te saludo, y me llevo la mano al corazón.

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el espacio para mi imaginación
Gemma Sierra